JOHN DEWEY (1859-1952)
John
Dewey fue el filósofo norteamericano más importante de la primera mitad del
siglo XX. Su carrera abarcó la vida de tres generaciones y su voz pudo oírse en
medio de las controversias culturales de los Estados Unidos (y del extranjero)
desde el decenio de 1890 hasta su muerte en 1952, cuando tenía casi 92 años.
A
lo largo de su extensa carrera, Dewey desarrolló una filosofía que defendía la
unidad entre la teoría y la práctica, unidad que ejemplificaba en su propio
quehacer de intelectual y militante político. Su pensamiento se basaba en la
convicción moral de que “democracia es libertad”, por lo que dedicó toda su
vida a elaborar una argumentación filosófica para fundamentar esta convicción y
llevarla a la práctica. El
compromiso de Dewey con la democracia y con la integración de teoría y práctica
fue sobre todo evidente en su carrera de reformador de la educación.
No
es una casualidad, observaba, así como él, muchos grandes filósofos se
interesan por los problemas de la educación, ya que existe “una estrecha y
esencial relación entre la necesidad de filosofar y la necesidad de educar”.
Los
esfuerzos de Dewey por dar vida a su propia filosofía en las escuelas
estuvieron acompañados de controversias y hasta hoy día siguen siendo un punto
de referencia en los debates.
Pragmatismo y Pedagogía
Durante el decenio de 1890,
Dewey pasó gradualmente del idealismo puro para orientarse hacia el pragmatismo
y el naturalismo de la filosofía en su madurez. Sobre la base de una psicología
funcional que debía mucho a la biología evolucionista de Darwin y al
pensamiento del pragmatista William James.
Empezó a desarrollar una
teoría del conocimiento que cuestionaba los dualismos que oponen mente y mundo,
pensamiento y acción, que habían caracterizado a la filosofía occidental desde
el siglo XVII. Para él, el pensamiento no es un conglomerado de impresiones
sensoriales, ni la fabricación de algo llamado “conciencia”, y mucho menos una
manifestación de un “Espíritu absoluto”, sino una función mediadora e
instrumental que había evolucionado para servir los intereses de la
supervivencia y el bienestar humanos.
Sus trabajos sobre la
educación tenían por finalidad sobre todo estudiar las consecuencias que
tendría su instrumentalismo para la pedagogía y comprobar su validez mediante
la experimentación.
Propuso elaborar una
pedagogía basada en su propio funcionalismo e instrumentalismo. Tras dedicar
mucho tiempo a observar el crecimiento de sus propios hijos, Dewey estaba
convencido de que no había ninguna diferencia en la dinámica de la experiencia
de niños y adultos. Unos y otros son seres activos que aprenden mediante su
enfrentamiento con situaciones problemáticas que surgen en el curso de las
actividades que han merecido su interés.
El pensamiento constituye
para todos un instrumento destinado a resolver los problemas de la experiencia
y el conocimiento es la acumulación de sabiduría que genera la resolución de
esos problemas. Dewey afirmaba que los
niños no llegaban a la escuela como limpias pizarras pasivas en las que los
maestros pudieran escribir las lecciones de la civilización. Cuando el niño
llega al aula “ya es intensamente activo y el cometido de la educación consiste
en tomar a su cargo esta actividad y orientarla”.
Cuando el niño empieza su
escolaridad, lleva en sí cuatro “impulsos innatos –el de comunicar, el de
construir, el de indagar y el de expresarse de forma más precisa”– que
constituyen los recursos naturales, el capital para invertir, de cuyo ejercicio
depende el crecimiento activo del niño. El niño también lleva
consigo intereses y actividades de su hogar y del entorno en que vive y al
maestro le corresponde la tarea de utilizar esta “materia prima” orientando las
actividades hacia “resultados positivos”.
Esta argumentación enfrentó
a Dewey con los partidarios de una educación tradicional y también con los
reformadores románticos. Los tradicionalistas a favor de una instrucción
disciplinada y gradual de la sabiduría acumulada por la civilización. La
asignatura constituía la meta y determinaba los métodos de enseñanza del niño,
se esperaba simplemente de él que la recibiera y aceptara mostrándose dócil y disciplinado. En cambio, los
partidarios de la educación centrada en el niño, afirmaban que la enseñanza de
asignaturas debía subordinarse al crecimiento natural del niño. Para ellos, la
expresión de los impulsos naturales del niño constituía el “punto de partida,
el centro, el fin”.
Una educación eficaz
requiere que el maestro explote estas tendencias e intereses para orientar al
niño hacia su culminación en todas las materias, ya sean científicas,
históricas o artísticas. “En realidad, los intereses no son sino aptitudes
respecto de posibles experiencias; no son logros; su valor reside en la fuerza
que proporcionan, no en el logro que representan”.
La pedagogía de Dewey
requiere que los maestros realicen una tarea extremadamente difícil, que es
“reincorporar a los temas de estudio en la experiencia”. Los temas de estudio,
al igual que todos los conocimientos humanos, son el producto de los esfuerzos
del hombre por resolver los problemas que su experiencia le plantea. Para los
tradicionalistas, estos conocimientos deben imponerse simplemente al niño de manera
gradual, pero presentado de esta forma, ese material tiene escaso interés para
el niño, y además, no le instruye sobre los métodos de investigación
experimental por los que la humanidad ha adquirido ese saber. Dewey pedía a los maestros
que integraran la psicología en el programa de estudios, construyendo un
entorno en el que las actividades inmediatas del niño se enfrenten con
situaciones problemáticas en las que se necesiten conocimientos teóricos y
prácticos de la esfera científica, histórica y artística para resolverlas.
Si los maestros enseñaran
de esta forma, orientando el desarrollo del niño de manera no directiva,
tendrían que ser, como reconocía Dewey, profesionales muy capacitados,
perfectamente conocedores de la asignatura enseñada, formados en psicología del
niño y capacitados en técnicas destinadas a proporcionar los estímulos
necesarios al niño para que la asignatura forme parte de su experiencia de
crecimiento. Dewey admite que la mayoría de los maestros no poseen los
conocimientos teóricos y prácticos que son necesarios para enseñar de esta
manera, pero consideraba que podían aprender a hacerlo.
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